lunes, 22 de julio de 2019

Una mujer se golpeó la cabeza


Recordar la anécdota de Kertész ha sido lo más iluminador que me ha pasado en meses. Soy la nostalgia viva. El pasado me sostiene con sus hilos y no me quiere soltar, o yo lo sostengo a él, como un lastre que no quiero dejar. Y todas esas palabras y acciones que me preceden y siguen conmigo como una especie de marca incinerada en mi cuerpo. Todo eso que no quise vivir, pero que viví. Todas esas palabras que no quise decir, que ahora debo tragarme. Como toda esta mierda, pus y bilis que he destilado durante todo este tiempo, pero que debo ahora tragarme porque no existe forma de limpiar todo este horror en el que me he enterrado.
El infierno está vivo, y lo he construido con mis propias manos. Con el sacrificio de mi propio cuerpo, con la ofrenda de mi propia alma.

Esta nostalgia por algo que la vida me pide a gritos sofocantes que abandone pero que me niego a abandonar. Capturo al pasado entre mis manos, lo atesoro como si estudiarlo, escribirlo, diseminarlo me sirviese de algo. Pero, el mundo corre y la vida con él. El tiempo nos traga como serpiente que engulle a su víctima, su transcurrir galopante me obliga a encarar, dejar y quemarlo todo. Todo eso que dije y no quise, más lo que no dije y debía se convierten hoy en bolas de grasa, tumores y carcinomas que corroen mi cuerpo, que está roído por mi propia cabeza. Mi ciclo vicioso, aquel en el me he sumido. Un infierno labrado por mis propias manos. El mundo corre, la vida corre y las voces solo gritan: debes tenerte y seguir en él. Sino, si te detienes, qué será de ti. La vida y sus oportunidades siguen y tú… ¿qué esperas? ¡Hazlo por ti!

Solía de niña golpearme bastante. Fui una niña torpe que corría. Corría mucho, no sé bien hacia qué. Me caía bastante. Dicen que cuando aprendí a caminar me caía de espaldas y me golpeaba la cabeza demasiado. Porque quería salir corriendo, eran tantas mis ganas de caminar que ni siquiera gateé. Era impaciente. Soy impaciente aún. Por tanta repetición, la sensación de los golpes en la cabeza es de las más fuertes y presentes que tengo en mi vida; específicamente los golpes en las sienes, sí, esos sobre todo tienen una sensación peculiar. Recuerdo el golpe seco, el zumbido en los oídos, sentir mis cesos rebotando contra mi cráneo, la boca se llenaba de una sabor metálico, sí, como sangre. Sentía que mordía metal de repente, y un frío recorría todo el cuerpo, se posaba en mi nuca, apretaba, y se alargaba en mis brazos, las piernas se volvían gelatina, la nariz me dolía y la presión se sentaba en mis ojos, de repente todo quedaba negro. Y al abrir los ojos, llegaba el mareo. Temblaba el mundo, pero el mundo seguía corriendo, todos seguían. Nada se detuvo, y esos breves segundos sin conocimiento eran un vacío en la existencia. Y yo debía ponerme de pie y seguir. Sí. Seguir, siempre andar como si nada. Siempre.

- Ese siempre tan contundente, tan imperante. Tan establecido. Tan carente, tan vacuo. ¿Siempre? expresión figurativa que denota algo recurrente, repetitivo, pero no es el siempre que ocupa todo el espacio-tiempo de aquí hasta el infinito, hasta la muerte, hasta donde quieran ponerlo. La expresión siempre no es literal. No puede. No le cabe. Es una figura verbal. Una figura que pretende abarcar algo que no es siquiera posible de comprender. ¿Qué sabemos nosotros sobre el siempre? debería ser una vieja leyenda, una excusa. Es una herramienta para hacer énfasis. El nunca en cambio, nunca es literal. Nunca he comido carne humana, nunca he disparado una pistola, nunca he sido sincera. Cosas que realmente ocurren y son. El siempre es una pretensión demasiado gigante para el humano que es tan insignificante… Porque el que se detiene, pierde. El que piensa pierde... el mundo no se detiene por nadie, Laura. Nadie se detiene por nadie. Todo sigue. Y ¿tú qué estás haciendo?, ¿qué esperas? Toma la vida por tus propias manos. ¡Actúa de una buena vez! -

Los sesos retumban en mi cabeza y yo estoy inmóvil viendo la bailarina que se sacude en el teatro de Nueva York. De repente estaba mordiendo láminas de metal. Y el frío recorría mi cuerpo; como si la sangre no fuese sangre, como si la sangre fuese hielo líquido que me recorre. Y el nudo que se formaba en la nuca, las piernas que querían ceder ante mi peso, ese incipiente sabor metálico. Y la bailarina moviéndose estática en la fotografía. Y yo, yo completamente pasmada. El mundo giraba, el dólar subía, alguien nacía y otro moría, otro árbol caía, un pez se tragaba un pedazo de plástico, un señor pedía que le trajeran otro plato de comida porque había un pelo en el primero, un celular era robado, una mujer era violada, alguien era cagado por una paloma, y sí, todos ustedes estaban en sus vidas cotidianas, recibiendo o dando, llorando o durmiendo, intactos o destruidos pero seguían en movimiento. Y esos segundos de inconsciencia, esas milésimas en que mi mundo se detuvo y todos ustedes siguieron rompieron la realidad. Y cada golpe en mi cabeza, suma más distancia entre ustedes y yo. Y así este abismo que no me atrevo a cruzar; porque quiera o no quedé en otro tiempo distinto al suyo, es otro nivel de realidad. Y estoy tan lejos, y ustedes tan lejos. Y yo tan aquí, tan quieta, tan muerta y ustedes… ¿Por qué no se dejan de mover?, ¿alguien me escucha?

Suena el eco de mis pasos sobre mis espaldas, y el ruido de la calle se convierte en zumbidos alarmantes que no significan nada. Y el sol cae sobre mi rostro. ¿Hacia dónde va el incesante correr?

No hay comentarios:

Publicar un comentario