miércoles, 17 de julio de 2019
Anoche
Anoche llegaron todas las preguntas e historias a la vez. Entre esta jungla de perspectivas poco queda por hacer. Ni hablar de definir. En qué ando exactamente. No lo sé. Pero voy, voy derechito por este camino o algún otro. Qué he de saber. Nada. Simplemente nada.
No me meto con nadie, no me comparto con nadie. No hago nada. No soy más que un nudo andante. Sí una roca tiesa que se mueve torpemente. Y en realidad, no me siento mal al respecto o tan mal al respecto. Solo soy. Las preguntas que me acongojan se acumulan en mi cabeza como el polvo que se acumula en todos los rincones de mi casa. No son las miradas de los demás, ni las versiones de mí misma las que se preocupan. Todas esas cosas existen más allá de lo que pueda yo tomar entre mis manos. Mis pequeñas torpes y delicadas manos. Llenas de cicatrices que se van acumulando como se acumulan las preguntas en mi cabeza, el polvo en todos los rincones de mi casa. Mis manos que son tan mías como todo lo que soy, se sacuden algo quebradas en medio del frío. Es invierno, me digo, por eso me duelen de esa manera. El frío que se cuelga de mis articulaciones, la humedad que se permea bajo mi piel, y la llovizna irritante que me moja la cabeza, y el resto de la cuerpa. En silencio, me quedo en la esquina esperando.
No me meto con nadie, no me comparto con nadie. No hago nada. No soy más que un nudo andante. Sí, una roca tiesa que se mueve torpemente. Y, en realidad no me siento mal al respecto. ¿Por qué tendría que sentirme mal?, ¿a cuenta de qué?. Solo soy. Las preguntas me acongojan de repente, se acumulan en mi cabeza como el polvo se acumula en todos los rincones de mi casa. Las respuestas se escabullen entre telarañas, y cualquier posibilidad de solución aparece tan rápidamente que mis manos no pueden tomarlas. No son las miradas de los demás, ni las versiones de mí misma lo que me preocupa. Todas esas cosas existen más allá de lo que pueda tomar entre mis manos. Mis pequeñas y delicadas manos. Llenas de cicatrices que se van acumulando como se acumulan las preguntas en mi cabeza, el polvo en todos los rincones de mi casa. Mis manos que son tan mías como todo lo que soy, como las preguntas en mis rincones, como las telarañas con el polvo, como la congoja, mis versiones y las miradas de no sé quién. Se sacuden mis manos quebradas por el frío. Es invierno, me recuerdo. Por eso me duelen de esa manera. El frío que se cuelga de mis articulaciones, la humedad que se permea bajo mi piel y esta maldita llovizna que me moja la cabeza y el resto de la cuerpa. En silencio me quedo en la esquina esperando. Me muerdo el labio, me tiro ese pequeño hilo de piel levantado en el costado de mi pulgar izquierdo. ¿A qué espero? que algo me caiga encima y no tener que hacer nada, ni decir nada, ni crear nada, ni compartir nada, ni querer nada. Sobre todo querer nada. Ni ser nada. Solo una esperando en una esquina. Que nadie sabe, que nadie conoce. Una. Nada.
No me meto con nadie, no me comparto con nadie. No hago nada. No soy más que un nudo andante, una roca que se mueve torpemente. Tiesa como el mármol. Fría como el mármol. No me siento mal al respecto. De estar aquí tan adentro. Aquí, donde tú no puedes verme. Aquí donde nadie sabe nada de todo lo que hay. Soy una roca secreta. Una piedra llena de marcas y curvas. Heridas abiertas, cerradas y a medio sanar. Soy, solo soy. Dentro. Susurro. Pero, nunca en silencio. Las preguntas me acongojan. Se acumulan una sobre la otra dentro de mi cabeza. Entre cajones y desvanes, entre recovecos secretos, grietas, y escombros viejos. Se acumulan como si fueran el polvo que se acumula en todos los rincones de mi casa. No son las miradas de los demás o las versiones de mí misma las que me preocupan. Son esas dichosas preguntas irresueltas que se posan y se derraman por mis adentros, la una seguida de la otra, la una que crea a la otra, una cadena eterna. Y sus respuestas, las dichosas respuestas que se escabullen entre telarañas. Se disipan frente a mí con sus soluciones, y mis manos… mis manos que no logran tomar nada entre ellas. Mis delicadas y pequeñas manos. Torpes y secas. Llenas de cicatrices que se acumulan como las preguntas en mi cabeza, como el polvo dentro de mi casa. Se suman una sobre la otra como las miradas de los demás, como las versiones de mí misma. Son tan mías mis manos, como todo eso que soy. Guardan todos los maltratos y todos los amores que existen en mi haber. Son tan tangibles como las preguntas, las voces, las miradas, las heridas abiertas, cerradas y a medio sanar. Se sacuden mis manos torpemente en medio del frío. Pues, es invierno. Me repito. Por eso me arden, por eso me duelen de esa manera. El frío que se cuelga de mis articulaciones, la humedad que se permea bajo mi piel y esta llovizna irritante que moja mi cabeza y el resto de mi cuerpa. En silencio me quedo en la esquina esperándote. Me muerdo el labio, me tiro ese pequeño hilo de piel levantado en el costado de mi pulgar izquierdo, preguntándome por algo que no va a llegar. ¿A qué espero? que algo me caiga encima y no tener que hacer nada, ni decir nada, ni crear nada, ni compartir nada, ni querer nada. Sobre todo eso, no querer nada. Ni ser nada. Solo una esperando en una esquina. Que nadie sabe, que nadie conoce. Un sin lugar una nada cobijada en el mal tiempo. Al mal tiempo buena cara, decían. Al mal tiempo solo llorar. Una espera en la esquina. Una quieta tiesa como mármol. Una si nada que dar. Una quieta pero que sacude las manos. Una que es pero está en los abismos imaginarios. Una que no comparte, no dice, no hace. Una que ocupa espacio y nada más. Colma mi alma con vientos helados, trae los frutos para la hecatombe que yo me voy a sacrificar.
No me meto con nadie, no me comparto con nadie. No te miro a los ojos y te tomo las manos, jamás. No abro mi boca, no pronuncio tu nombre. Y no te espero. No hago nada. No haga conmigo, ni con nadie. No soy más que un nudo andante. Mi cuerpo es como una roca que se mueve torpemente. No hay cosa tal como fluir. Tiesa, fría y rígida como el mármol. Y, no me siento mal al respecto. ¿Por qué habría de sentirme mal en mi propia dureza?, ¿por qué culparme o compararme? No me meto con nadie, no me comparto con nadie. No me interesa. No se me antoja. ¿Algún problema? No. Ninguno. Yo sigo aquí tan dentro. Entera. Aquí donde tú no puedes verme, aquí donde nadie sabe nada de todo lo que hay. Soy un secreto. Soy un universo secreto. Soy una roca espacial, secreta, llena de marcas y curvas. Solo soy. Las preguntas me acongojan, se acumulan una sobre la otra, entre sí se encadenan y se construyen, se hacen fuego y se desarman para volver a surgir, insistentes, impacientes, demandantes. Se acumulan dentro de mi cabeza como el polvo se acumula en todos los rincones de mi casa, como las cicatrices por mi cuerpo, las heridas abiertas, cerradas y a medio sanar. Son como los Pájaros de Hitchcock. Sí, aparecen amenazantes, al acecho, en cualquier momento arremetarán en mi contra y me sacaran los ojos. No son las miradas de los demás, ni las mil versiones de mí misma lo que me preocupa. Ni el no compartirme con nadie. Ni el no hacer nada. No. Me preocupa el tiempo y la incapacidad de mis manos. Frente mis manos se dibujan las respuestas, que son escurridizas y se disipan con mis exhalaciones, de escabullen entre telarañas, se diluyen como tinta en el agua, desaparecen tan pronto las enuncio. Y mis manos no logran tomar nada entre ellas, todo se les escapa. Mis pequeñas y delicadas manos, son tan torpes que solo sirven para borrar y crear malentendidos. Están tan secas y tan llenas de cicatrices que se acumulan con las preguntas en mi cabeza, como el polvo en los rincones de la casa, como las miradas de la gente, como las versiones de mí misma, como las respuestas que se escapan, como las versiones de este texto. Aglomeración de todo. Uno sobre el otro. Son tan mías mis manos, mis manitas, tan mías como todo lo que soy. Ser sería un reconocer entre lo acumulado que también define este ser que no se comparte. Guardan mis manos entre sus líneas todos los maltratos y todos los amores que existen en mi haber. Las preguntas se vuelven tan tangibles como mis manos, tan inservibles como las mismas, tan torpes e insoportables. Se sacuden mis manos torpemente, se agitan en el ardor. El frío y el viento queman. Es invierno, me recuerdo, me repito, me insisto por enésima vez como si ésta condenada humedad no me lo hiciera saber. El frío se cuelga de mis articulaciones con un dolor sordo, la humedad se permea bajo mi piel y se aloja en el tuétano de mis huesos y esta maldita llovizna irritante me moja toda la cabeza y el resto de la cuerpa. Mis manos moradas se sacuden como si fuesen lo único que tiene vida en esta esquina. Porque sí, sigo en silencio en esta esquina esperando. Me muerdo el labio, me sabe la sangre, me tiro ese pequeño hilo de piel levantado en el costado de mi pulgar izquierdo, preguntándome por algo que no va a llegar jamás. ¿Qué espero? que algo me caiga encima y no tender que hacer nada, ni decir nada, ni crear nada, ni compartir nada, ni explicar nada, ni justificar nada, ni querer nada. Sobre todo eso, esa destrucción del deseo y no querer nada. Ni ser nada. Solo una esperando en una esquina. Que nadie sabe, que nadie conoce. Un sin lugar. Una nada cobijada en el mal tiempo. Al mal tiempo, buena cara, decían en la radio. Al mal tiempo, solo llorar; respondía mirando por la ventana. Una espera en la esquina. Una quieta como estatua de mármol. Una sin nada que dar. una quieta pero que sacude las manos. Una que es pero está perdida en los abismos imaginarios. Una que no comparte, no dice, no hace. Una que ocupa espacio y nada más. Colma mi vida, colma mi alma con vientos helados. Trae los frutos para la hecatombe que me voy a sacrificar.
Relato, 2018.
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