martes, 16 de julio de 2019

La Parada


Ella está allí, yo estoy aquí. La tarde avanza y la luz cambia su rostro. El hombre está quieto en la parada del colectivo meditabundo. Ella está en la esquina. Yo estoy aquí.

Sostengo mi suelo con mis dos pies como si no hubiera nada más que me tuviera en pie. La luz se mueve y el tiempo transcurre con ella. Mis manos están más secas, sus manos están más tensas, y él mantiene sus manos en su maletín. Tres billones de seres que habitan este planeta.  Ella es ella. Él es él. Yo soy yo. Humanos. Sí, con nuestros ADN por separado. Similares pero únicos. Y con esas arrugas en la cara que marcan las expresiones que más usamos. Y esa forma de sostener la posición de espera. Seres en espera.


Ella con su nariz respingada y labios fruncidos recuerda que se le regó la leche en la mañana, mientras se alistaba para ir a trabajar. Mujer de hombros caídos, meditabunda se juzga porque arruinó el desayuno de su hijo de ocho años. Gustavo quédate quieto, eres un niño demasiado travieso - urgía a su hijo, mientras sonaba la leche sobre el calor de la cocina - el olor a quemado, el desayuno arruinado y el tiempo que seguía pasando. Ella pasa su mano sobre la otra. Se ve su cansancio. Ella es ella con su nariz respingada y sus labios fruncidos, ella es madre de su hijo de ocho años que es muy activo para su gusto, es una mujer Atlas que carga con su mundo que parece ser demasiado grande para sus hombros caídos. Una vida que es, una mujer que es. Ser en cuanto cosa, en cuanto persona, en cuanto el tiempo sobre la persona, en cuanto su hacer y su cotidianidad. Es la leche quemada y los labios fruncidos, el olvido y el apuro sobre su hijo. Ella es todo eso. Ella es de lejos. Sí, espera sentada el colectivo, no tiene apuro en su expresión, sabe que tarda el colectivo que espera y está habituada a dicha espera. Ella viene de lejos con sus hombros caídos y su cansancio sobre sus labios fruncidos. Con su hijo de ocho años que le habla y le canta al oído. Todo el día, ella y su hijo Gustavo. Gustavo lávate las manos que se hace tarde.

La ceniza del cigarrillo del señor me distrae. Este señor con su ceño fruncido y sus cabellos despeinados. Sus gafas caen al medio de su nariz. Sus labios son una línea clara mientras clava la mirada en el fondo de la calle, como si sus ojos pudieran traer al colectivo mismo sin rechistar. Él no está acostumbrado a esperar, aunque disfruta ese cigarrillo que se consume, como el tiempo lo consume a él, a mí, a ella. Tiene un maletín en sus manos, con libros. Sí, él lleva libros varios sobre derecho. Él es su cigarrillo, sus gafas y los libros que lo agotan día a día entre verbos intrincados de juegos y malabares del mundo, que lo quieren engañar. Él es él y va sobre el tiempo y su hermano lo espera impaciente en el café de la esquina de su casa. Sabe que hablarán de su madre, que está en el hospital. Un mes más, se recuerda, un mes más y podrán saber qué hacer con ella. Él es él, es hijo y hermano con sus manos apretadas sobre el maletín, resguardando sus documentos y libros del mundo. Contenido en su postura y su afán. Esa necesidad de acabar con todo para llegar a su casa y dejar las gafas sobre la mesa y descansar. La pobre vieja enferma, el hermano que perdió su trabajo y él con sus documentos peleando por otros que tampoco tienen mucho por hacer. Qué puede hacer él con sus documentos y su cigarrillo. Él es él con su angustia entre esas canas que se hacen más notorias cada día, es el hermano callado que problematiza todo constantemente y deja caer las gafas sobre el arco de su nariz y suspira exasperado, mientras agita la punta del pie porque el colectivo no llega, porque su hermano lo espera, porque la vieja está en el hospital y estos libros arcaicos de derecho no le dan nada que lo pueda ayudar, y la última ceniza del cigarrillo vuela, y cae lo que queda al suelo y el tiempo y los demás todo en el sonido de su celular.

Ella y la leche quemada como el gran fracaso del día, él con el tiempo que lo ciñe por la cintura, yo que me muerdo el labio y jalo mis dedos esperando. Él es su historia en su mundo y su tiempo en el cigarrillo que fumó. Ella es en sus hombros caídos y labios fruncidos con la voz de Gustavo en su mejilla. Ser es el universo de cada humano que me cruzo en la calle. Ser de lo que hacen, dicen, tienen y llevan. Ser de lo que no dicen y se les escurre entre los ojos, se derrama en sus posturas y evidencia en su andar. Ella es, él es y yo soy. Yo con el labio entre mis dientes y las manos sostenidas, jalando algo que no tienen, mientras los miro a ellos e imagino todo esto. Soy en la espera con ellos, la mochila en mi espalda, libreta y botella de agua, preparados. Voy tarde, siempre voy tarde. Pero, no quiero angustiarme, entonces los veo a ellos, porque ser me perturba, y prefiero verlos ser que ser quien soy. Huyo de mí con mil palabras entre las que me sumerjo y creo mundos mientras espero el colectivo que no llega. Y su celular suena, y el cigarrillo se apagó y la mujer suspira y yo… yo los observo. Miro mis pies, los miro de reojo. Ella está a mi lado y él sigue de pie en medio de la parada del colectivo. La luz se mueve y la oscuridad llega. Anochece.

Ella es ella misma en la espera sin Gustavo a su lado, sin la leche en el fogón, sin su trabajo adelante. Ella está sola con su mundo en la parada. Él no está aquí, pues quiere estar con su hermano, con su vieja pero en su cigarrillo fue él solo degustando el tabaco, bocanada a bocanada solo él en la parada del colectivo. Y yo, yo los miré ser, vi como eran, vi sus partes y fragmentos mientras venía el colectivo, que ahora se acerca, el hombre casi salta sobre sus pies, aliviado; la mujer se levanta despacio y acaricia sus manos y los veo subir, los veo irse. Juntos en sus mundos siendo ellos en sus tiempos y yo ahora estoy sola en la parada del colectivo. Sin nadie a quién mirar, sin nadie en quién pensar y mis manos rojas se retuercen la una sobre la otra. Y soy en ese momento yo, y la nada que me caracteriza, pasiva y aletargada. Que suspira entre lo imaginado y la realidad. Qué estoy haciendo con mi vida, me pregunto como es usual. Porque he de gastar el tiempo en alguna pregunta que me genere incomodidad. Aparte de esperar, aparte de… dónde la vida, dónde el afán, dónde la necesidad. ¿A dónde carajos es que iba? Ya es demasiado tarde, mejor voy a caminar.

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