lunes, 29 de julio de 2019

La reserva y la niebla


Camino a la reserva, Buenos Aires, 2018. 

Los árboles me rodean y ese olor que solo nace entre ellos llega a mi nariz. Y no puedo evitar más que saltar emocionada, relatar recuerdos e historias entremezcladas con ideas y alguna ocurrencia. Tengo pésimo olfato, así que cuando esto ocurre mi ser entero entra en shock momentáneo y el mundo entero se vuelve real y tangible. El mundo queda copiado en mi memoria, tal cual es. Ese instante, el movimiento que hice, el salto, y esa sensación de abrazo universal que me recuerda que estoy en el sitio que debo estar, al menos por ese breve instante.

Entre silencios y observaciones varias, caminaba emocionada por el día que estábamos viviendo. Y veía las personas, lo veía a él, me veía a mí observando. Y los árboles con sus propias historias. Y la bruma blanca, que se tragaba todo a nuestro alrededor.

Y volvía a ver a las personas, escuchaba una que otra frase suelta de sus propias conversaciones, y lo volvía a ver a él con sus preguntas e ideas, y me volvía ver a mí curiosa y completamente emocionada ante lo que estaba ocurriendo. Y los árboles con sus propias historias, altos con sus líneas divisorias, quedándose sin hojas, erguidos sobre sus raíces. Y la bruma blanca que se tragaba todo a nuestro alrededor, que avanzaba sigilosa por el suelo.

Y volvía a ver a las personas, escuchaba una que otra frase suelta de sus propias conversaciones, a ratos aparecían por grupos, trotaban o iban en bicicleta, otros caminaban luego de haber recorrido el camino, iban todos a algún lugar; y volvía a verlo con sus preguntas e ideas, que veía cuadros e imágenes dónde yo no las veía, y entendía cómo se vería esa imagen, y me explicaba, y me contaba de sus ocurrencias, y me preguntaba y me respondía, y comía dulce conmigo; y me volvía a ver a mí observando a la gente, a él, a los árboles, a las imágenes que quisiera encontrar, emocionada y curiosa, pensando en si sabía lo agradecida que estaba de que estuviera conmigo, lo extraño que era para mí ver todo tan pálido y frío y no sentirlo. No sentir frío, no sentir ese miedo que me daba cuando era niña al ver la niebla en la naturaleza. Y los árboles con sus propias historias, altos con sus líneas divisorias quedándose sin hojas, erguidos sobre sus raíces, mirándome de vuelta, recordándome mi hogar con sus olores, haciéndome sentir. Y la bruma blanca que se tragaba todo a nuestro alrededor y se avanzaba sigilosa por el suelo y me miraba tentando el terror y la curiosidad que hay dentro de mí… hasta que llegamos al río.

Y tuvimos que volver porque estaban cerrando la reserva. Y el río se tendía al frente de nosotros cobijado por la niebla, y la gente sonreía y daba vuelta. Hacía más frío. Vi los humedales entre ramas mientras caminábamos el uno al lado del otro. Entre imágenes, cuadros, y murmullos de personas que salían del lugar. Otro día será, otro día volveré a ver el río.

(…)

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