miércoles, 24 de julio de 2019

El bolero


Estaba sentada en un costado del salón. Las parejas estaban en la pista de baile; algunos charlaban entre risas, cansados. Había sido una larga fiesta. Había más de un señor ebrio dormido en su silla. Las luces de fiesta que se movían por el salón hacía que todo tuviese vistos de azul y violeta. La mesa principal cubierta con platos con sobras de comida, copas con un poco de vino o quizá algún vaso con hielo derretido y un sorbo de whiskey, lo poco que quedaba de la torta, y más vasos vacíos o a con un rastro ligero de licor o tampico. Ese naranja eléctrico entre mezclado con aguardiente que pasaba ligero y poco a poco te quemaba la garganta, hasta que sin saber en qué instante te había embriagado completamente.

Eran quizá las tres o cuatro de la mañana. Ya no sonaban canciones de moda, ni nada estrambótico. Sonaban boleros y solo las parejas seguían en la pista. Quizá un par de corazones desolados que pensaban en alguien que no estaba allí. Yo seguía mirando todo, desde mi silla. Mis piernas arrejuntadas, mis manos pegadas a mis muslos, mientras sacudía las piernas sin pensar mucho, al ritmo de la música que sonaba. Entre boleros y son cubano, chachacha y demás. Disfrutaba la música ligeramente alicorada. Sola. En medio de un montón de personas.

Una de esas almas desoladas que secaba sus lágrimas de espaldas a todos los demás, notó que había otra alma que pretendía dejar su celular sobre la mesa para dejar de revisarlo cada cinco minutos a la espera de un mensaje que nunca iba a llegar. Noté como sus ojos se llenaban de curiosidad al posarlos sobre dicho aparato. Se acercó lentamente y se sentó al lado del sujeto. Le sonrió. Este intentó sonreírle, pero solo pudo hacer una especie de mueca que desdibujaba la sonrisa para evidenciar sus verdaderas emociones, estaba incómoda.

- No hay remedio - dice la primera, mientras mira el aparato. - No lo sé aún. Sigo esperando.

Se callan. Me pregunto si la una no quiere insistir en su idea de “no hay remedio”. La segunda suspira y lleva su mano a la frente. La otra, la mira fijamente.

- No hay remedio. Todo se ha terminado - suspira y sus ojos se vuelven a llenar de lágrimas. - Creí que esto sería diferente.

- Somos todos humanos, al final, llegamos al mismo lugar - responde la otra, mientras se pasa la mano por la frente, pareciera que busca relajar su frente.

- No, todos somos humanos pero somos diferentes.

- Bueno, pero si dices que no hay remedio… la única cosa que no tiene remedio es la muerte.

- oh.

Se ríen. Empieza a sonar algún vallenato. La segunda toma su celular, lo revisa de nuevo, suspira y lo deja caer sobre la mesa con desdén. Frunce los labios, está molesta. La otra fija su mirada en la pista. No le presta atención.

-Muerte o no, es agotador sentir que estoy sujeta a algo más, a alguien, a una añoranza.

- No hay remedio a eso. A eso me refería - dice la otra, regresando al encuentro.

Se miran en silencio. La música suena. Un vidrio roto retumba. Ambas miran hacia el mismo lugar para notar que fue algún compañero algo torpe, pasado de tragos. Suspiran al tiempo. Miro mis manos, las miro a ellas, miro la pista de baile con sus luces azules que saltan a morado, que giran y giran alrededor del salón. El tiempo al final de esas fiestas de quince parece un chicle sin sabor, luego de masticar por demasiados minutos. De repente, volvió a sonar el mismo bolero de hace un rato. La primera se pone de pie con un sollozo colgando en la punta de sus dedos, lo reprime y casi con rabia extiende la mano a la otra chica. La cual la mira sorprendida, luego mira su celular y encoge los hombros. Se levanta, se toman de la mano y se van a bailar.

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